las letras de tu nombre
cayeron hasta el final de la taza,
como si fuera
una de esas magias
mundanas
de los brujos.
No estabas
y no estarías,
las letras entre ellas
ya no formaban cantos,
las borras del café
como anuncios luminosos
hacían estragos en mis ojos.
Tomé la cuchara,
desarmé tus letras,
como si en la próxima taza
no se fueran a dibujar otra vez...
Todos los cafés siguientes,
se hicieron frío
y todos los fríos tu nombre.